sábado, octubre 07, 2006

Aún Creo

La Comisión Especial de la Función Pública de la Cámara de Diputados, calcula en 28 mil millones de pesos el costo de la corrupción; otras fuentes señalan cifras que llegan hasta los cien mil millones. Aunque la cantidad espanta, significa la tercera parte de un punto del PIB.
La corrupción es una lacra y una lata. Ni se detiene, ni se esconde. Cada peso que entra atrás mancha los intentos aún vanos de un esquema transparente. Y como concluye esa Comisión, los ciudadanos acabamos por pagar esa inmoralidad.
Un ejemplo de que en el combate se pierde, es en el dato que la Secretaría de la Función pública nos cuesta 6 mil millones de burocracia y en cinco años ha logrado detectar irregularidades por 38 millones de pesos.
El apunte que es más fácil poner un changarro ilegal que un negocio con todas las de la ley, también forma parte de esta pirámide cuya cima aún se desconoce.
La palabra mágica de todo esto se resume en desorden.
En una circunstancia cualquiera es menos complicado hacer lo que a uno le venga en gana. Desde pasarse un alto hasta un delito mayor. Con dinero debajo o arriba de la mesa, se resuelve el problema.
Pero esto ni es nuevo ni parece tener solución. Ni tampoco es un llamado a la moralidad ni al castigo ejemplar.
Todavía ingenuo, creo fervientemente que aún la gran mayoría de las personas hace lo posible por no entrar a esas redes.
Creo que son más los que se parten el alma en su trabajo, escuela, casa, para sacar adelante la vida cotidiana.
Creo que hay más que esperan pacientemente –o impacientemente- que se ponga el verde en uno de nuestros caóticos cruceros desmantelados, que aquellos que creen que las calles son suyas.
Creo también que son mucho más los que aspiran a un futuro mejor y lo hacen en los causes legales.
Creo, en esta ingenuidad, que muchos de los que manejan los hilos de la política y la economía hacen lo posible para que las cosas se logren.
Entonces ¿de dónde viene la inmovilidad? Probablemente de ese desorden que impera en el que la idea es complicar al prójimo una idea o un proyecto. Es decir, dejar que las cosas se den por si mismas, se hagan como están, y entre menos se mueva uno, mejor.
Y ese es quizás el gran problema de la corrupción donde los hilos del titere se reparten entre unos cuantos.
Hoy vivimos esa encrucijada. Cada vez es menos la oportunidad que gente emprendedora se arriesgue en un gran proyecto. En ese sentido Jalisco ha perdido tiempo y competitividad.
Grandes esfuerzos de empresas, son menos comunes.
El riesgo de la corrupción y la falta de acción es que esos espacios se pierdan por grandes consorcios nacionales y extranjeros.

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