domingo, octubre 15, 2006

Esquina Bajan

Mientras en alguna parte investigan la forma ideal para viajar a Marte, nosotros discutimos de nuestro transporte público. De todas las grandes ciudades del país, no conozco un esquema que sea puntual, eficiente, limpio, seguro y digno. No tener auto es castigado con malos tratos, insultos y, lo peor, un peligro de muerte. Hasta que alguien me demuestre lo contrario, contamos con el pulpo camionero más dañino del mundo. En cifras redondeadas cerca de trescientos muertos en tres años, directa o indirectamente, es un número suficiente como para replantear muchos de los errores: rutas, personal, mafias. La solución de todo ello es un aumento injusto, inmerecido, y desproporcionado.
El término que he aplicado a esto, el TUCAT (Todos Unidos Contra el Aumento de Transporte), en referencia a los TUCOM de la política, tendría muchos miembros y gastar energías y dinero en un proceso revocatorio no es necesario. Como quiera que se haga la pregunta, la respuesta será un deficiente y caro servicio.
Sin que se vea como consuelo, ese fenómeno es repetitivo. En cualquier parte ese operador o conductor del transporte público se siente impune. Aunque puede haber excepciones y generalizar es igualmente injusto, un clamor popular no debe ignorarse.
Por si fuera poco y como carnada a un cocodrilo, las mordidas opositoras hemos expresado en nombre de un pueblo lo que es incongruente en el quehacer político.
En nuestra reciente historia hemos vivido que la mayoría no cuenta.
El sistema ha hecho maniobra y media para salvar bancos, carreteras, préstamos y a cambio de eso somos nosotros quienes pagamos más impuestos y más cuotas. En lo que va de este sexenio presidencial tan solo gasolina o gas o luz se han incrementado varias veces más que los salarios.
Nada más recuerde que en menos de treinta años la relación peso-dólar se ha devaluado en 88 mil por ciento y nunca hemos recuperado ese déficit. Y tampoco lo revertiremos.
Sin embargo en los diferentes pulsos captados lo que más reclama la gente no es un incremento sino la forma en que es tratado el que paga.
Dicho así, hemos perdido la forma de comunicarnos. O no entendemos lo que a todas luces es incomprensible o quienes nos quieren convencer han perdido argumentos. Y todavía más curioso, la gente se transporta para ir a la escuela o al trabajo. Complicar así todo es ir en contra de los principios básicos de la conciencia. Por eso en realidad el pleito no es por un peso, es por pura dignidad.
Cuando entre la autoridad y el pueblo se pierde el respeto a la dignidad, entonces ¿de qué se trata todo esto?

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