La tragedia de Haití ha generado rapiña, violencia social y sobre todo, oportunistas.
El anuncio de Coca Cola que invertirán parte de su publicidad en ayuda, el mensaje de Calderón y la entrega de su primer cheque del presidente municipal de Zapopan (por 45 mil pesos), Héctor Vielma, refleja lo peor de la bajeza humana: sacar lucro de la desgracia ajena.
No es apoyar y quedarse en el anonimato, sino que ante una situación que está lejos de nuestro alcance (en kilómetros y en que es un fenómeno de la naturaleza) se obtenga provecho como si de ello dependa salvar o no una vida.
Haití es un ejemplo del subdesarrollo en su máxima expresión. En un territorio pequeño conviven en sobrevivencia cinco veces más habitantes por kilómetro cuadrado que en México. Sus ingresos PIB y su índice de Desarrollo Humano, ubican a ese país en lo más bajo de todas las naciones del mundo.
La ayuda no llega a quien la necesita y no hay gobierno ni gobernabilidad y los cascos azules de la ONU han sido superados por millones de sobrevivientes que pelean un pedazo de pan.
La entrada de la milicia estadounidense seguramente pondrá orden en el caos, pero aún así tardará en recuperarse lo de por sí ya perdido.
Hay también historias de héroes, esos sí anónimos, que han rescatado a quienes llevaban días en los escombros. Algunos de ellos, mexicanos.
Dar algo a quien lo necesite es seguramente lo mejor que podemos hacer y aunque prevalece la anarquía, tarde que temprano deberá existir alguien que ponga las cosas donde se debe. En ese tránsito habrá más víctimas y el problema ya será con los vivos, no los muertos.
Aún quedar vivo en Haití es un riesgo aunque las cosas vuelvan a la normalidad. Lo cotidiano allá es vivir en un mundo que los ha dejado a la deriva.
Por eso me lastiman esas muestras de oportunismo comercial y político y que se busque ganar en las pérdidas totales.
Coca Cola, Calderón, Vielma, son sólo un ejemplo de lo peor que alguien es capaz de hacer para hacerse el héroe y eso hay que denunciarlo y despreciarlo.
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