jueves, diciembre 06, 2007

Epicentro de Leonardo Schwebel

Le voy al América desde niño y como tal, gocé, sufrí, lloré, con toda serie de juegos. Soy generación liguilla y prácticamente he presenciado todas. Gracias a ello he visto al equipo ser campeón, sub campeón, super líder y una que otra vez, como ahora, quedarse en la orilla.
Internacionalmente, he sido testigo de sus triunfos en diversos torneos y recuerdo especialmente aquel gol de Reinoso en el último minuto para ganar la Interamericana y el gol de último minuto de Boca que nos dejó fuera de la final de Libertadores.
Sin embargo, y pese a los errores directivos, de técnicos y de jugadores, nunca había visto un espectáculo como el de la noche del miércoles 5 de diciembre.
Rumbo a la hazaña, el América tenía que ganar 2-0 al Arsenal para ser campeón de la Sudamericana. Y así iban en el minuto 63, 2-0, a 30 minutos de la terminación.
El equipo argentino se vio entonces sorprendido y mermado. Y claro, sin talento. Es un equipo chico que juega así.
Cuando las cosas estaban en orden, el espurio director técnico, Daniel Alberto Brailovsky, quien ya había sido campeón como jugador y supuestamente conoce la filosofía americanista, sacó a un delantero (poco efectivo) y metió a un defensa (todavía menos efectivo).
Nunca había visto esa forma de entregar un juego. Pese a la ineficiencia del Arsenal, con jugadores desechados, en una jugada que los cronistas llaman de garra y que yo calificaría de cobarde, pasó por tres defensas y cruzó al héroe Ochoa.
Faltó aquello que ha caracterizado al América durante años. Se puede perder con dignidad pero jamás renunciando al éxito. Ese América timorato, débil, temeroso, en nada se parece al que una vez, por razones que desconozco, me hizo irle de por vida. Qué pena.

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